viernes, 19 de marzo de 2010

LA LIBERTAD DE ELEGIR


Los jóvenes poseen un amor innato a la libertad: La desean. Y necesitan comprender que la única manera de gozar esa bendición inestimable consiste en obedecer la Ley de Dios. Esa ley preserva la verdadera libertad: Señala y prohíbe lo que degrada y esclaviza, y de ese modo proporciona al obediente protección contra el poder del mal. El salmista dice: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos”. “Pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros”(Salmos 119: 45,24). (Elena de White, La educación, 291 p.)

Después de la vida misma, la facultad de elegir es nuestro mayor don. Esta facultad y esta libertad contrastan claramente con la mentalidad de victimismo y la cultura de la culpa que tanto predominan en la sociedad de hoy. En esencia somos producto de la elección, no de la naturaleza (los genes) ni de la cultura (la educación, el entorno). Es indudable que los genes y la cultura suelen ejercer una gran influencia pero no nos determinan.

Esta facultad de elegir significa que no somos sólo el producto de nuestro pasado o de nuestros genes; no somos el producto del trato que nos dispensan los demás. Es indudable que influyen en nosotros, pero no nos determinan. Nos determinamos a nosotros mismos por medio de nuestras elecciones. Si hemos entregado nuestro presente al pasado, ¿también debemos entregar nuestro futuro?

He aprendido de muchas fuentes sobre nuestra libertad de elegir nuestra respuesta a cualquier cosa que nos pueda pasar. La idea del espacio entre lo que nos ocurre y nuestra respuesta a ello tiene un gran impacto. El tamaño de ese espacio está determinado básicamente por nuestra herencia genética o biológica y por nuestra educación y nuestras circunstancias actuales.

Para muchas personas que han crecido en un entorno lleno de cariño y de apoyo, este espacio puede ser muy grande. Para otras puede ser muy pequeño a causa de diversas influencias genéticas y ambientales. Pero lo esencial es que sigue habiendo un espacio y que en el uso de ese espacio es donde existe la oportunidad de ampliarlo.

No importa lo que nos haya pasado, lo que nos esté pasando o lo que nos pueda pasar: existe un espacio entre esas cosas y nuestras respuestas a ellas. Si existe aunque sólo sea una fracción de segundo entre estímulo y respuesta, ese espacio representa nuestra facultad de elegir la respuesta ante cualquier situación. Cuando cambiamos nuestro pensamiento cambiamos nuestra vida. (Stephen Covey, El octavo hábito)

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