miércoles, 3 de marzo de 2010

SEÑALES DE LA NATURALEZA

Cierto es que los terremotos no se limitan a nuestra era, pero desde la invención del sismógrafo se ha revelado que estos disturbios de la naturaleza aumentan en número y en intensidad. Las catástrofes son cada vez más frecuentes. No hace mucho, en Asia 280.000 muertos fue el resultado de un Sunami. En octubre de 2005, el huracán Katrina devastó la ciudad de Nueva Orleans, en los Estados Unidos. Brasil también sufrió el impacto, en el 2004, de esos fenómenos que destruyeron miles de casas y hasta el Amazonas brasileño llegó a experimentar los rigores de una sequia en 2005. Hace poco fue Haití, con un terremoto que mato a miles de personas. Ahora es Chile, con un terremoto de 8.8 de magnitud.

En octubre de 2005, un terremoto de enormes proporciones afectó a Pakistán y la India, provocando miles de muertes. Algunos días después el huracán Stan mataría a más de 70.000 personas en Guatemala y en el sur de México.

De acuerdo con el Centro de Investigaciones Epidemiológicas de Desastres, solo de enero a octubre del año 2005 casi 100.000 personas habían muerto en todo el mundo por desastres naturales. De acuerdo a esta entidad, el número de desastres naturales registrado ha aumentado notablemente a partir de 1900. En el 2007 se registraron 500 cataclismos naturales en el mundo entero.

Seguramente en el tiempo del fin se enfurecerán los elementos y harán temblar de miedo a toda alma que no esté anclada en la Roca de los Siglos. ¿Y quién no ha presentido hoy día al observar la furia de los huracanes, el desbordamiento de los mares, el ímpetu de los ciclones, que tan violentas tempestades, cada vez más frecuentes y furiosas, son el preludio del cumplimiento de las declaraciones proféticas? Y cuando “los fundamentos de la tierra” se estremecen con violencia bajo nuestros pies, ¿quién no siente el convencimiento de que Dios trata de veras con los hijos de los hombres?

Actualmente no hay región en el mundo libre de aterradoras tormentas. En todo el tiempo transcurrido hasta mediados del siglo XIX, se mencionaban relativamente pocas tempestades violentas. Se nota un extraordinario incremento tanto en la frecuencia como en la furia de los huracanes, que llevan la destrucción por donde pasan.

Hoy tenemos cabal conocimiento de los grandes terremotos y tornados que en el curso de estos últimos años han destruido parte de algunas de las grandes ciudades y han arruinado casi por completo ciudades pequeñas. No solo hay ciclones y tormentas, cuya impetuosidad y frecuencia van en aumento, sino que tenemos también terremotos, desbordamientos del mar y condiciones volcánicas con notable actividad y reavivamiento. Han ocurrido en varias regiones tremendas y destructoras erupciones volcánicas, demostrando el poder que se incuba en lo interior de la tierra.

La tierra se está haciendo vieja y se está resintiendo por la contaminación y explotación humana. Estamos presenciando desolaciones nunca antes vistas. Estas cosas no se dicen para alarmar, sino para advertir, prevenir y salvar. Además de esto, la destrucción de la capa de ozono, debido a la contaminación que provoca el efecto invernadero, trae aparejado el deterioro de la salud por la exposición solar.

Ante esta macabra realidad, la humanidad se pregunta angustiada: ¿Qué sucede con nuestro planeta? ¿Enloqueció? ¿Cuándo va a parar todo esto?

La fuerza del viento, del sol, de la tierra y del agua, es una poderosa fuerza invisible. Pueden ser fuerzas devastadoras o creadoras si establecemos el debido contacto con ellas. Aprovechando su poder, al ponernos en contacto con ellas, podremos ver moverse los motores que accionan poderosas máquinas industriales o de medios de transporte. Así sucede con el poder residente en todas las promesas de Dios. Por más inexplicable que pueda ser, las promesas de Dios están cargadas de fuerza y de poder. Quien se ponga en contacto con las promesas de Dios, verá que se pone en contacto con un poder superior, el cual eleva al pobre mortal por encima de todo terror que le sobrevenga, capacitándonos para conocer por nosotros mismo su eficaz consuelo y su infinita fuerza restauradora, que nos permite descansar con segura confianza en los brazos del Infinito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario