El símbolo solar es exhibido no solo en muchas iglesias en sus entradas, sino que también lo hacían de igual manera en los viejos tiempos de Babilonia y Egipto. En Babilonia habían templos con imágenes del dios solar.
Las ciudades mesopotámicas eran cosmológicas y estelarmente importantes; cada una de sus murallas concéntricas, estaban pintadas del color de uno de los siete planetas y eran gobernadas por un dios. El dios supremo de estos planetas era Azur, el sol. El poder de los dioses planetarios era proporcional a su proximidad con el sol. El soberano de Babilonia, es la imagen terrestre del dios Marduk, el “Sol de Babilonia”, y se lo denomina “Rey del Universo” y “Rey de los Cuatro Cuadrantes del Mundo”, es el pontífice, que combina el poder real con la autoridad sacerdotal, regulador astral que todo lo determina, y mide el destino de los hombres. El palacio de estos monarcas se alzaba en el centro de la ciudad y del reino, tal como el sol se halla en el centro del cielo. El trono del rey es el asiento del sol.
Marduk es el dios de la ciudad de Babilonia. Todos los otros dioses reconocen la superioridad de Marduk, quien llega a ser también una especie de dios supremo. Marduk, joven toro del sol y señor de Babel, llegó a ser el símbolo de Babilonia.
Todos estamos familiarizados con la gran torre de Babel y sabemos de cómo Dios se disgustó con esto y confundió las lenguas. Esta torre fue planeada para que tuviera gran altura, y hay suficientes evidencias que indican que la torre estaba relacionada con la religión y con el culto al sol. La mayoría de las torres construidas en el Imperio babilónico, fueron exclusivamente religiosas y asociadas con el culto al sol y unidas al templo. Ya hemos visto cómo un cierto número de ideas se originaron en Babilonia y luego se propagaron por las naciones, por lo cual, no es difícil darnos cuenta que Babilonia fue también la cuna de las torres religiosas y de la adoración al sol. Es aún más probable, cuando consideramos que fue durante la edificación de la gran torre de Babel, que comenzó la divulgación a través de la emigración de los hombres sobre la faz de la tierra, que llevaron consigo la idea de la torre y de la adoración al sol.
Muchas naciones de la antigüedad adoraron al sol, personificado por uno o más de sus dioses, pero el Señor advirtió a su pueblo en contra de este culto, una clase de idolatría con la cual se relacionaron los Israelitas durante su permanencia en Egipto y por su contacto con los pueblos de Canaán y de Siria. A pesar de esta advertencia, Israel se fue detrás de estos dioses-soles paganos (2 Reyes 21:5; 23:5, 11).
El culto al dios Mitra, con un origen iranio, se extendió de forma asombrosa por el Imperio Romano, casi coincidiendo en el tiempo con el otro culto nuevo que habría de dominarle, el cristianismo. La imagen de un dios personificado en el astro rey, el sol, caudillo de las legiones del bien y de la luz que se enfrentan al mal y la oscuridad. Este origen claramente babilónico llagará, en su evolución, a convertirse en el dios de los legionarios romanos que lo llevarán consigo a los confines del Imperio, junto con los comerciantes.
“Mitra” significa “tratado”, por lo que representa el orden social y es el oponente de las divinidades maléficas y caóticas. Como divinidad del orden cósmico, el desenlace de las batallas está en sus manos. El sol está tan estrechamente ligado a él, que se convertirá en su representación natural. El primer contacto de Roma con la divinidad irania helenizada es recogido por el historiador griego Plutarco, quien nos narra cómo Pompeyo captura en el año 67 AC., a unos piratas cilicios que realizan extraños sacrificios. Estos piratas son los primeros en introducir el culto místico de Mitra en Roma. Pero la auténtica avalancha de seguidores de Mitra, fue en siglo I DC, cuando Capadocia y Comagene, incorporadas al Imperio Romano, comenzaron a dar un gran contingente de legionarios, especialmente durante el principado de Nerón.
El culto de Mitra se desarrolló en Roma, adquiriendo una gran fuerza, aunque nunca llegó a convertirse en religión estatal. A fines del siglo II DC, el emperador Cómodo se inició en los misterios mitráicos, con lo cual el culto se puso muy de moda. Dioclesiano, a comienzos del siglo IV, elevó la religión del Sol al rango de religión oficial del Estado, favoreciendo, de este modo, indirectamente a Mitra. No obstante, en el gobierno de Constantino, quedó ensombrecido el culto a Mitra por un repentino éxito del cristianismo, pero se produjo un sincretismo religioso y fusión de algunos símbolos de los cultos.
El culto de Mitra pregonaba que Mitra es el mediador entre Dios y los hombres; aseguraba la salvación mediante un sacrificio y el culto comprendía bautismo, comunión y ayunos. En el clero había quienes cumplían con el voto del celibato.
Por su parte, el culto al Sol Invicto, que era originalmente sirio, fue impuesto por los emperadores romanos a sus súbditos un siglo antes de Constantino. A pesar de contener elementos del culto a Baal y Astarte, era esencialmente monoteísta. En efecto, asumía que el dios sol era la suma de los atributos de todos los otros dioses. Armonizaba convenientemente con el culto de Mitra, que también prevalecía en Roma y por el Imperio en ese entonces, y también envolvía la adoración del sol.
El culto del Sol Invicto era muy parecido al culto de Mitra, tanto que se los confundía a veces. Ambos enfatizaban el elevado estatus del Sol. Ambos celebraban un gran festival del nacimiento el día 25 de diciembre, cuando los días comienzan a ser más largos. Como antecedente, en Egipto siempre fue creencia que el hijo de Isis, un hijo dios, nació precisamente un 25 de diciembre y esta fecha se mantuvo reservada para aquello a lo cual se ofrece culto. La influencia pagana hace identificar al Hijo de Dios, Jesús, con el Sol, y así se acomodó a esa fiesta pagana el día del nacimiento del Hijo de Dios, el 25 de diciembre, modificando solo la significación, pero manteniendo idéntico culto. La iglesia Romana paganizó y romanizó a Jesús. La incorporación del paganismo al cristianismo, está evidenciado claramente en el desplazamiento del descanso bíblico sabático que se venía observando (Éxodo 20:8-11) al primer día, el domingo, día consagrado por los paganos para adorar al dios Sol.
Por un decreto anunciado el 321 DC, Constantino ordenó que las cortes de justicia debían cerrar en el “Venerable día del Sol” – el domingo – y decretó además que este debía ser un día de descanso. Esto trajo armonía a la cristiandad con el régimen existente y permitió desligar a los cristianos de sus orígenes judaicos. El objetivo de Constantino era la unidad política, religiosa y territorial. Un culto o religión estatal que incluyera a todos los demás cultos, ayudaba en este objetivo. Así se intentó acortar las diferencias entre el Cristianismo, el Mitraísmo y el Sol Invicto y se intentó no ver ninguna contradicción entre estos cultos. Constantino toleró al Jesús divinizado, como la encarnación terrenal del Sol Invicto. Para él, la fe era una cuestión de política; y cualquier fe que condujera a la unidad deseada, era tratada con preferencia. Se impuso un criterio sincretista, asimilando fiestas, creencias, supersticiones, costumbres y mitos paganos, como patrimonio de la nueva fe, convirtiendo dioses locales en santos, vírgenes, demonios o ángeles y transformando ancestrales santuarios en iglesias de culto cristiano.
Las ciudades mesopotámicas eran cosmológicas y estelarmente importantes; cada una de sus murallas concéntricas, estaban pintadas del color de uno de los siete planetas y eran gobernadas por un dios. El dios supremo de estos planetas era Azur, el sol. El poder de los dioses planetarios era proporcional a su proximidad con el sol. El soberano de Babilonia, es la imagen terrestre del dios Marduk, el “Sol de Babilonia”, y se lo denomina “Rey del Universo” y “Rey de los Cuatro Cuadrantes del Mundo”, es el pontífice, que combina el poder real con la autoridad sacerdotal, regulador astral que todo lo determina, y mide el destino de los hombres. El palacio de estos monarcas se alzaba en el centro de la ciudad y del reino, tal como el sol se halla en el centro del cielo. El trono del rey es el asiento del sol.
Marduk es el dios de la ciudad de Babilonia. Todos los otros dioses reconocen la superioridad de Marduk, quien llega a ser también una especie de dios supremo. Marduk, joven toro del sol y señor de Babel, llegó a ser el símbolo de Babilonia.
Todos estamos familiarizados con la gran torre de Babel y sabemos de cómo Dios se disgustó con esto y confundió las lenguas. Esta torre fue planeada para que tuviera gran altura, y hay suficientes evidencias que indican que la torre estaba relacionada con la religión y con el culto al sol. La mayoría de las torres construidas en el Imperio babilónico, fueron exclusivamente religiosas y asociadas con el culto al sol y unidas al templo. Ya hemos visto cómo un cierto número de ideas se originaron en Babilonia y luego se propagaron por las naciones, por lo cual, no es difícil darnos cuenta que Babilonia fue también la cuna de las torres religiosas y de la adoración al sol. Es aún más probable, cuando consideramos que fue durante la edificación de la gran torre de Babel, que comenzó la divulgación a través de la emigración de los hombres sobre la faz de la tierra, que llevaron consigo la idea de la torre y de la adoración al sol.
Muchas naciones de la antigüedad adoraron al sol, personificado por uno o más de sus dioses, pero el Señor advirtió a su pueblo en contra de este culto, una clase de idolatría con la cual se relacionaron los Israelitas durante su permanencia en Egipto y por su contacto con los pueblos de Canaán y de Siria. A pesar de esta advertencia, Israel se fue detrás de estos dioses-soles paganos (2 Reyes 21:5; 23:5, 11).
El culto al dios Mitra, con un origen iranio, se extendió de forma asombrosa por el Imperio Romano, casi coincidiendo en el tiempo con el otro culto nuevo que habría de dominarle, el cristianismo. La imagen de un dios personificado en el astro rey, el sol, caudillo de las legiones del bien y de la luz que se enfrentan al mal y la oscuridad. Este origen claramente babilónico llagará, en su evolución, a convertirse en el dios de los legionarios romanos que lo llevarán consigo a los confines del Imperio, junto con los comerciantes.
“Mitra” significa “tratado”, por lo que representa el orden social y es el oponente de las divinidades maléficas y caóticas. Como divinidad del orden cósmico, el desenlace de las batallas está en sus manos. El sol está tan estrechamente ligado a él, que se convertirá en su representación natural. El primer contacto de Roma con la divinidad irania helenizada es recogido por el historiador griego Plutarco, quien nos narra cómo Pompeyo captura en el año 67 AC., a unos piratas cilicios que realizan extraños sacrificios. Estos piratas son los primeros en introducir el culto místico de Mitra en Roma. Pero la auténtica avalancha de seguidores de Mitra, fue en siglo I DC, cuando Capadocia y Comagene, incorporadas al Imperio Romano, comenzaron a dar un gran contingente de legionarios, especialmente durante el principado de Nerón.
El culto de Mitra se desarrolló en Roma, adquiriendo una gran fuerza, aunque nunca llegó a convertirse en religión estatal. A fines del siglo II DC, el emperador Cómodo se inició en los misterios mitráicos, con lo cual el culto se puso muy de moda. Dioclesiano, a comienzos del siglo IV, elevó la religión del Sol al rango de religión oficial del Estado, favoreciendo, de este modo, indirectamente a Mitra. No obstante, en el gobierno de Constantino, quedó ensombrecido el culto a Mitra por un repentino éxito del cristianismo, pero se produjo un sincretismo religioso y fusión de algunos símbolos de los cultos.
El culto de Mitra pregonaba que Mitra es el mediador entre Dios y los hombres; aseguraba la salvación mediante un sacrificio y el culto comprendía bautismo, comunión y ayunos. En el clero había quienes cumplían con el voto del celibato.
Por su parte, el culto al Sol Invicto, que era originalmente sirio, fue impuesto por los emperadores romanos a sus súbditos un siglo antes de Constantino. A pesar de contener elementos del culto a Baal y Astarte, era esencialmente monoteísta. En efecto, asumía que el dios sol era la suma de los atributos de todos los otros dioses. Armonizaba convenientemente con el culto de Mitra, que también prevalecía en Roma y por el Imperio en ese entonces, y también envolvía la adoración del sol.
El culto del Sol Invicto era muy parecido al culto de Mitra, tanto que se los confundía a veces. Ambos enfatizaban el elevado estatus del Sol. Ambos celebraban un gran festival del nacimiento el día 25 de diciembre, cuando los días comienzan a ser más largos. Como antecedente, en Egipto siempre fue creencia que el hijo de Isis, un hijo dios, nació precisamente un 25 de diciembre y esta fecha se mantuvo reservada para aquello a lo cual se ofrece culto. La influencia pagana hace identificar al Hijo de Dios, Jesús, con el Sol, y así se acomodó a esa fiesta pagana el día del nacimiento del Hijo de Dios, el 25 de diciembre, modificando solo la significación, pero manteniendo idéntico culto. La iglesia Romana paganizó y romanizó a Jesús. La incorporación del paganismo al cristianismo, está evidenciado claramente en el desplazamiento del descanso bíblico sabático que se venía observando (Éxodo 20:8-11) al primer día, el domingo, día consagrado por los paganos para adorar al dios Sol.
Por un decreto anunciado el 321 DC, Constantino ordenó que las cortes de justicia debían cerrar en el “Venerable día del Sol” – el domingo – y decretó además que este debía ser un día de descanso. Esto trajo armonía a la cristiandad con el régimen existente y permitió desligar a los cristianos de sus orígenes judaicos. El objetivo de Constantino era la unidad política, religiosa y territorial. Un culto o religión estatal que incluyera a todos los demás cultos, ayudaba en este objetivo. Así se intentó acortar las diferencias entre el Cristianismo, el Mitraísmo y el Sol Invicto y se intentó no ver ninguna contradicción entre estos cultos. Constantino toleró al Jesús divinizado, como la encarnación terrenal del Sol Invicto. Para él, la fe era una cuestión de política; y cualquier fe que condujera a la unidad deseada, era tratada con preferencia. Se impuso un criterio sincretista, asimilando fiestas, creencias, supersticiones, costumbres y mitos paganos, como patrimonio de la nueva fe, convirtiendo dioses locales en santos, vírgenes, demonios o ángeles y transformando ancestrales santuarios en iglesias de culto cristiano.
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