Desde niño era para mí un deleite correr, y pasaba corriendo, pues mi casa tenía un patio que rodeaba la casa. Jugaba con mi perro Don Villa, al cual mandaba a darse la vuelta a la casa y al llegar al punto inicial, yo ya estaba escondido y el perro comenzaba a buscarme. En el recreo del colegio, jugaba mucho al pillarse, y a mi, difícilmente me atrapaban, por no decir nunca. Un día el profesor fue al sexto y séptimo año, para buscar corredores que representaran al colegio en el campeonato escolar de atletismo. Yo estaba en quinto y quedé frustrado por no ser considerado. Hablé con mi papá, amigo del director, para que me dieran la oportunidad de participar. El director dijo que no habían considerado ir a mi curso, porque buscaban niños de doce años, que era la categoría del campeonato, para tener alguna opción de ganar. Yo tenía tan solo nueve, pero me llevarían igual al estadio a probarme, para que yo participara al menos en la clasificatoria del colegio. En resumidas cuentas, les gané a todos en los piques de 60 metros y fui al campeonato escolar representando al colegio. Llegué a la final y salí tercero compitiendo con alumnos de doce años. El que ganó fue campeón de Chile ese año en el campeonato nacional y el que llegó en segundo lugar fue, dos años después fue campeón de Chile en Pentatlón infantil. Fui vencido por dos campeones con más edad que yo. Así comenzamos, con triunfos y derrotas. Mirándole las espaldas a los campeones y, además, mayores que yo. Tendría una oportunidad cuando cumpliera 12 años para poder ganar en mi categoría, pensaba yo. Estaba contento, pues competí por mi ciudad en la capital, cuando cumplí diez años, aunque solo salí quinto en la serie.
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