En el primer año de la universidad, la asignatura más complicada que teníamos era anatomía humana. Era difícil ponerse al día si uno faltaba a una clase, porque todos los compañeros tenían unos apuntes ininteligibles, ya que el profesor hablaba muy rápido y era muy enredado para explicar todos esos nombres extraños para referirse a las distintas partes del cuerpo. Por eso es que, al salir del vestuario, después de una clase de baloncesto y encontrarme con un cuaderno de anatomía de uno de mis compañeros, era algo que, sin duda, tenía que devolver; a pesar que uno de mis compañeros me dijo: “Hazlo tira ese cuaderno”. Sucede que pertenecía a Alejandro, un líder negativo que, junto a otros dos alumnos, siempre andaban burlándose y molestando a los demás, especialmente a mí. Siempre se mofaban y me molestaban bastante, y yo con paciencia pasaba por alto sus burlas. Pues bien, siempre en primer año de universidad hay gente así, que se dedica más a otras cosas que a estudiar. Ninguno de los tres se graduó al final, pero ahí estaban en primer año, jugándose su opción. Yo no dudé en alcanzar al compañero que se marchaba y ya iba como a treinta metros. Era la primera vez que me dirigía hacia el para hablarle. Lo alcancé y lo llamé por su nombre, cosa rara para él, ya acostumbrado a poner y recibir sobrenombres. “Alejandro”, le dije. Él se detuvo, se dio media vuelta para escucharme. “Se te quedó tu cuaderno en el camarín”. Le dije, y se lo entregué. Se quedó sorprendido mirándome y me dijo: “Gracias”. No había rencor en mi, ni ánimo de venganza, a pesar de sus muchas burlas, y allí quedó demostrado. Le devolví bien por mal. Se alejó pensativo, ese compañero y nunca más me volvió a molestar ni él ni sus amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario