miércoles, 14 de marzo de 2007

NO HAY MAYOR AMOR

El 13 de enero de 1982 despegó, del Aeropuero Nacional de Washington, el vuelo 90 de Air Florida. Sin embargo, el peso adicional ocasionado por las adherencias de hielo en las alas y en el fuselaje fue excesivo. El aeroplano ya en el aire se estremeció y comenzó a perder altitud. Segundos después chocaba contra el puente de la calle 14 y se sumergía en las heladas aguas del río Potomac.
Aunque han pasado varios años, quienes vieron el informe de la televisión del desastroso episodio, no podrán olvidar una escena. Cuando el helicóptero de rescate lanzó una cuerda a los sobrevivientes que estaban en el agua, un hombre tomó la cuerda y la pasó a otro que estaba junto a él en las frías aguas del río. Pronto volvió el helicóptero y se extendió nuevamente la cuerda hacia aquel hombre. De nuevo el caballero pasó la cuerda a otro pasajero que con dificultades se mantenía a flote. Cinco veces la cuerda estuvo al alcance de la mano de aquel hombre – y cinco veces la extendió a otro. Cuando el helicóptero volvió por sexta vez, aquel hombre había desaparecido.
Esta singularísima manifestación de abnegación, que un hombre voluntariamente diera su propia vida para que otros pudieran salvarse, produjo una ola de admiración hacia aquel anónimo “hombre en el agua”.
Posteriormente, aquel hombre fue identificado por el Servicio de Guardacostas como Arland D. Williams, hijo, de 46 años, auditor bancario de Atlanta, Georgia, Estados Unidos. El 6 de junio de 1983 el presidente Ronald Reagan brindó honores póstumos al señor Williams, otorgándole la medalla de oro del Servicio de Guardacostas. Arland Williams dio su vida por un grupo de personas a las que no conocía.

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