lunes, 5 de marzo de 2007

PONER AMOR DONDE HAY ODIO

Estudiaba en un colegio católico con 15 años. En la entrada de las oficinas había un cuadro de lindas flores, con un mensaje que decía: “Poner amor donde hay odio”. Ese mensaje me hacía reflexionar. Una vez, iba saliendo de la sala de clases para irnos a casa, cuando sentí un empujón por la espalda. Me di vuelta y ví que allí estaba el matón del colegio, un joven gordo, grandote y bravucón. Mientras me decía burlonamente: _“¿Cómo estás pues…?” Y me insultó _“Oye, este tiene cara de… “ Y hasta ahí no más escuché, porque al ver sus ojos tan llenos de odio, me acordé del cuadro del colegio: “Poner amor donde hay odio” Pensé en el poco amor que debe de haber recibido, en el rechazo que en todos generaba y traté de ser amable y darle amor. Mientras que el esperaba una actitud pasiva, confiando en su gran porte físico, o una agresión física o verbal, por el empujón que me dio y por sus burlas e insultos, yo le respondí el saludo así: _“Hola, pues” Y lo llamé por su nombre, con voz afectuosa, poniéndole mi mano en su hombro y caminando junto a él y le pregunté cálidamente: _“¿Cómo estás?” Él sorprendido y sonrojado de desconcierto, contestó inconcientemente: _“Bien”, caminando cabizbajo y meditabundo unos pasos más y rectificó su respuesta diciendo: “Bien mal”. Nunca más fue bravucón conmigo, y solo por poner amor donde hay odio.

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