martes, 30 de enero de 2007

Amor y autoestima


No es difícil ver la importancia de la autoestima, para triunfar en el terreno de las relaciones íntimas. No hay un obstáculo mayor en una relación romántica, que el miedo a no sentirse merecedor del amor y el pensar que estamos destinados a sufrir. Tales temores dan pie a profecías que se cumplen por sí mismas.

Si disfruto de un sentimiento fundamental de eficacia y valía, y me considero a mí mismo digno de ser querido, entonces tendré fundamento para apreciar y querer a los demás. La relación amorosa parece algo natural. Tengo algo para dar; no estoy atrapado en sentimientos de carencia; tengo un “excedente” emocional que puedo canalizar en el amor. Y la felicidad no me hace ansioso. La confianza en mi capacidad y en mi valía, y en tu habilidad para verla y apreciarla, también dará lugar a profecías que se cumplen por sí mismas.

Pero si me falta el respeto a mí mismo y no disfruto como soy, me queda muy poco para dar, excepto mis necesidades insatisfechas. En mi empobrecimiento emocional tiendo a ver a los demás esencialmente como fuentes de aprobación o desaprobación. No los aprecio por ser quienes son, como corresponde. Lo único que aprecio es lo que ellos pueden o no pueden hacer por mí. No busco a gente a quien pueda admirar y compartir la emoción y la aventura de la vida. Busco a gente que no me condene y, quizás, que se impresione por mi modo de ser, por la faz que presente exteriormente. Mi capacidad para amar quedará sin desarrollar. Esta es una de las razones por la que los intentos de relacionarse con los demás, a menudo, fracasan y no es debido a que la concepción de un amor apasionado o romántico sea intrínsecamente irracional, sino a que falta la autoestima necesaria para sobrellevarlo.

Si no me amo a mí mismo, seré incapaz de amar a los demás; si no me siento digno de ser amado, será difícil creer que alguien me ame. Si no me acepto a mí mismo, ¿cómo puedo aceptar que me amen? El concepto que tengo de mí mismo me confunde, desde el momento en que “sé” que no soy digno de ser amado. Lo que otra persona siente por uno no puede ser real o duradero. Si no me siento digno de ser amado, tu amor por mí representará el esfuerzo de llenar un colador y, finalmente, es probable que el esfuerzo te agote.

Incluso si conscientemente rechazo los sentimientos de ser indigno de tu amor, incluso si insisto en que soy “maravilloso”, el pobre concepto que tengo permanece profundamente dentro, socavando los intentos de relacionarme con los demás. Me convierto, inconscientemente, en un saboteador del amor.

Intento amar, pero no tengo los cimientos de una seguridad interna. En su lugar está el temor interior de que sólo estoy destinado al dolor. Por lo tanto, elegiré a alguien que inevitablemente me rechazará o me abandonará. O bien, si eligiera a alguien con quien la felicidad pudiera ser posible, sabotearé la relación por solicitar muestras de una seguridad excesiva, manifestando un sentido posesivo irracional, considerando una catástrofe las fricciones pequeñas, buscando el control a través de la subordinación y la dominación; encontrando maneras de rechazar a mi pareja, antes de que mi pareja me pueda rechazar a mí.

Desde el momento en que “sabemos” que estamos condenados, nos comportamos de una manera que hace que la realidad se amolde a nuestro “conocimiento”. Y sentimos ansiedad cuando hay una disonancia entre nuestro “conocimiento” y los hechos que percibimos. Dado que no se puede dudar o cuestionar nuestro “conocimiento”, son los hechos los que tienen que alterarse: de ahí el sabotaje a uno mismo.

Un hombre se enamora, la mujer experimenta un sentimiento análogo, y se casan. Pero nada de lo que ella hace es suficiente para que él se sienta enamorado; él es insaciable. No obstante, ella persevera. Cuando por fin se convence de que ella realmente le ama, el empieza a preguntarse si el nivel al que aspiraba no estaba demasiado bajo. Se pregunta si ella es suficientemente buena para él. Finalmente él la abandona y la historia se repite con otra mujer.

El de baja autoestima dice que él no se inscribiría en ningún club que le tuviera a él como miembro. Esta es la idea que transmite también a su vida amorosa. Si me amas, es obvio que no eres lo suficientemente bueno para mí. Sólo alguien que me rechace será objeto de mi devoción.

En la vida de muchas personas la tragedia es que, cuando se las deja elegir entre tener “razón” y la oportunidad de ser felices, invariablemente eligen el tener “razón”. Esta es la satisfacción definitiva para ellas.

Un hombre “sabe” que está predestinado a ser infeliz. Cree que no merece ser feliz. Piensa que su felicidad puede herir a sus padres. Pero, cuando encuentra una mujer a quien admirar y que le atrae y le responde, él es feliz. Por un momento, se olvida que una relación sentimental no es su “historia”, no es “lo que estaba escrito”. Lleno de gozo, se olvida temporalmente de que puede violentar algo el concepto que de sí mismo tiene, y que de ésta manera le puede alienar de la “realidad”. Finalmente, no obstante, la alegría desencadena ansiedad, como la que hubiera experimentado alguien que se sintiese en desacuerdo con la manera que en “realidad” son las cosas. Para reducir su ansiedad, debe reducir su alegría. Así, guiado inconscientemente por la lógica recóndita del concepto que tiene de sí mismo, empieza a destruir la relación.

De nuevo, observamos el modelo básico de la autodestrucción: Si “conozco” que estoy predestinado a la infelicidad, no debo permitir que la realidad me confunda con la felicidad. No debo ser yo el que me debo ajustar a la realidad, sino que la realidad debe ajustarse a mí y a mi “conocimiento” de cómo son las cosas y como deben ser.

No siempre es necesario destruir la relación enteramente. Puede que la relación continúe, a condición de que yo no sea feliz. Puedo comprometerme en un proyecto llamado luchando por ser feliz, o trabajando en nuestras relaciones personales. Puedo leer libros sobre el tema, participar en seminarios, ir a conferencias, o asistir a psicoterapias, cuyo objetivo sea la de ser feliz en el futuro. Pero no ahora; no en este momento. La posibilidad de la felicidad en el presente es horripilantemente inmediata.

El “temor a la felicidad” es muy común. La felicidad puede activar voces interiores que digan que uno no se merece lo que tiene, o que no le durará, o que estoy condenado a fracasar, o que la felicidad es sólo una ilusión. Lo que muchos de nosotros necesitamos, aunque pueda sonar paradójico, es el coraje para tolerar la felicidad sin sabotearnos a nosotros mismos, hasta el momento en que le perdamos el miedo y nos demos cuenta de que no nos destruirá (y que no necesita desaparecer). Intenta pasar cada día sin hacer algo que socave o sabotee sus buenos sentimientos, y si no lo consigues, no desesperes, vuelve a empezar y confía de nuevo en la felicidad. Tal perseverancia sirve para construir la autoestima.

Aparte de esto, necesitamos enfrentarnos a aquellas voces destructivas, no huir de ellas; emplearlas en un dialogo íntimo; desafiarlas, poniendo en duda sus razonamientos; pacientemente contestar y refutar su absurdo, tratar con ellas como si se tratara con gente real; y distinguirlas de la voz de nuestro yo adulto.



Autor: Nathaniel Branden - "Los 6 Pilares de la Autoestima"

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