martes, 6 de febrero de 2007

EL AMOR MÁS GRANDE

Hace muchos años, vivían en Francia dos hombres que eran muy buenos amigos. Pasó el tiempo y uno fue condenado a prisión por el gobierno. Se le encontró culpable y fue sentenciado a muerte. El amigo del preso no se había olvidado de él. Obtuvo permiso para visitarlo en su celda. Mientras se hallaba solo con él, cambió las vestiduras que llevaba por las del preso y tomó también su lugar en la celda. Así el condenado escapó de la prisión y logró su libertad. Al día siguiente, el amigo fue ejecutado, mientras que el ex-preso huyó del país. Había obtenido su libertad porque su amigo lo amó tanto como para tomar su lugar y morir en vez de él, de modo que no tuviese que pagar la pena de su crimen. Del mismo modo, Jesús dejó las gloriosas cortes celestiales y descendió a esta cárcel del pecado, para tomar nuestro lugar, porque nos amaba en gran manera. Murió para librarnos de la penalidad del pecado, lo cual es la muerte. Al ver a Jesús morir por ti ¿puedes rechazarlo como tu Salvador? El hizo todo por salvarte. Pagó el precio de tu pecado y de tu rebeldía. ¿Tendrá que ser en vano su muerte? Ábrele hoy mismo tu corazón, déjale entrar y acepta el sacrificio que hizo por ti.

Si analizamos las inquietudes y fuéramos a la raíz de las ansiedades que acongojan al ser humano, con seguridad descubriríamos que todos necesitamos mucho más que aquello por lo cual generalmente nos afanamos. Jesucristo ha puesto en el corazón de los hombres un intenso anhelo por él mismo, que solo será satisfecho por completo, cuando establezcamos primeramente una íntima relación con El, la que nos pondrá en condiciones de recibirlo cuando El venga a la tierra, de acuerdo a la promesa que nos hizo cuando vino a morir por nuestros pecados. Estas son las palabras que le añaden una nueva perspectiva a nuestra vida, y nos dan seguridad con respecto al futuro: “No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí… voy pues a preparar lugar para vosotros, y si me fuere… vendré otra vez y os tomaré a mí mismo para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (San Juan 14: 1-3). Fuimos creados para encontrar en Dios nuestro mayor gozo.

Nada mejor que las Sagradas Escrituras, la Biblia, para ayudarnos a encontrar el camino que conduce a Dios; ella es la única que tiene la orientación que necesitamos, a fin de estar preparados para la venida de Cristo. En sus inspiradas páginas se nos dice que todos hemos pecado y, en consecuencia, estamos destituidos de la gloria de Dios, pero afortunadamente se nos asegura que “si confesamos nuestras faltas, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Con el sublime sacrificio de Cristo en el calvario, el cielo dio todo lo que tenía a fin de asegurar un rescate completo para ti. Imagínate por unos instantes a Cristo clavado en la cruz, gimiendo por el dolor que significó para Él, cargar con el peso de todos nuestros pecados. La respuesta a tu arrepentimiento es su perdón; confía en sus méritos vicarios y serás salvo sea cual fuere tu pasado. Contemplando esta imagen, ¿sientes ya deseos de hablar con Dios, para agradecerle por tan maravillosa muestra de amor? Si deseas expresarle a Jesús tu gratitud por lo que ha hecho por ti, mediante la oración, ábrele tu corazón como lo haces con tu mejor amigo; al abrirle las ventanas de tu alma, ésta será refrigerada por el Espíritu Santo, que es el que nos insta a buscar el perdón de Dios mediante Jesucristo, porque “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). “Porque hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).

La inmortalidad prometida al ser humano, a condición de que obedeciera, se perdió por la transgresión, y “la muerte así pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Timoteo 6:16). Jesús comparó la muerte con el dormir al decir: “Nuestro amigo Lázaro duerme… pero Jesús decía esto de la muerte” (S. Juan 11:11,13). Dormir se caracteriza por un estado de inconciencia. Pero la promesa y bendita esperanza es que los que descendieron al sepulcro creyendo en Dios, resucitarán en la segunda venida de Cristo, como está escrito: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así traerá también con Jesús a los que durmieron en El… porque el mismo Señor con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios descenderá del cielo y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1Tes. 4:13-16). Por ello, la segunda venida de Cristo será el acontecimiento más glorioso de la historia. Sí, el Señor vendrá pronto. Más ahora, la Biblia declara que “los muertos nada saben” (Eclesiastes 9:5), y que “No alabarán los muertos a Jehová, ni cuantos descienden al silencio” (Salmos 115:17).

¿Cómo es Dios? “Dios es amor” (1 Juan 4:8), “está escrito en cada capullo de flor que se abre, y en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire con sus alegres trinos, las flores exquisitamente matizadas con sus delicados colores perfuman el aire, los frondosos árboles del bosque con su hermoso follaje de viviente verdor, todos testifican del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos…” (Elena de White, El Camino a Cristo). El amor es la cualidad principal del carácter de Dios; su carácter es amor. Siempre que los seres humanos manifiestan amor hacia otro ser humano, es porque Dios está obrando en sus corazones mediante el Espíritu Santo. La fuente de la compasión es Dios.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su único Hijo, para que todo aquel que en El crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (S. Juan 3:16). El núcleo del evangelio no es lo que se debe hacer, sino lo que ha sido hecho. Siendo “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). No necesitamos ser ya buenos para ser salvos; necesitamos ser salvos para ser buenos. No somos salvos por la fe y las obras, sino por la fe viva en Jesucristo que obra por el amor. La justificación por la fe, constituye una experiencia y no una teoría. La obediencia es un regalo, porque la fe es un don, y la obediencia es el fruto de una relación de fe y amor con Jesús.

“Luego ¿por la fe invalidamos la ley? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la ley” (Romanos 3:31). La ley de Dios es la santidad dada a conocer, es el secreto para ser feliz y vivir una vida en paz con Dios y con nuestros semejantes. Es un código de principios que expresan misericordia, bondad y amor. Presenta el carácter de Dios ante la humanidad caída y declara llanamente todo el deber del hombre. “Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta, que es la ley que nos trae libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace”. “Ustedes deben hablar y portarse como quienes van a ser juzgados por la ley que nos trae libertad” (Santiago 1:25; 2:12). No puede haber ley mayor que el amor. El amor abarca todo deber que tenemos hacia Dios y hacia el mundo que nos rodea. Si tenemos amor supremo a Dios, haremos todo lo que Dios ordena. Si amamos a otros, no haremos nada que vaya en contra de los mejores intereses de ellos. En el cielo, la ley de los ángeles es la ley del amor. Ellos no necesitan otra ley, porque cada pensamiento y acto es siempre, y solamente, movido por el amor. En nuestro caso, sin embargo, eso no es lo normal. En nuestras relaciones con Dios y con los demás, los detalles del bien y del mal necesitan ser puestos delante de nosotros con más detalles. La explicación de cómo expresar el verdadero amor, necesita detallarse. Por eso Dios dio los Diez Mandamientos, donde los cuatro primeros señalan como manifestar el verdadero amor y deberes hacia Dios, y los últimos seis, nuestro amor y deberes hacia nuestro prójimo (Éxodo 20).

Pon tu confianza en el Dios de la Biblia, el libro inmortal, bebe cada día del agua purísima que emana de sus páginas y encontrarás a Jesús, tu Salvador, que te espera y te acepta tal como eres, y te ama con un amor sin igual... ¡EL AMOR MÁS GRANDE!

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