Para mí fue una gran aventura entrar a las famosas cuevas o grutas subterráneas de Cocahuamilpa, cercanas a la Ciudad de México. El guía fue señalando las diversas estalactitas y estalagmitas, esas protuberancias caprichosas y atrayentes que pendían de la bóveda de la caverna o que sobresalían del suelo. El sendero era angosto y resbaladizo.
De pronto, tras una breve advertencia, el guía desconectó el sistema de iluminación. Sentimos inmediatamente el peso de la más densa oscuridad. Las sombras se tornaron impenetrables. Comprendimos que sin el auxilio de una lámpara o linterna, sería imposible para cualquier persona alcanzar la superficie de la tierra. Los intrincados laberintos y recovecos de la gruta, constituían una trampa sin escapatoria. Felizmente, en seguida se encendieron las luces.
La mayor necesidad que tiene el ser humano, es de una luz que ilumine su existencia. Las sombras más angustiosas, no son las que impiden nuestra visión física, sino las que anulan nuestra visión espiritual. Con frecuencia, la senda de la vida se complica de tal forma, que no sabemos cuál debe ser nuestro próximo paso. Azotados por la confusión, se paraliza nuestra mente sin saber a dónde ir. Y se levantan las grandes preguntas: ¿Por qué vivo? ¿Cuál es mi destino y el futuro de este mundo? Si Dios es bueno, ¿por qué hay tanto dolor y sufrimiento? ¿Qué debo hacer para lograr la paz y el éxito en mi vida?
Frente a todas estas dudas que ensombrecen el alma, hay una respuesta inspirada que presenta la luz indispensable para todo ser humano. Es la que señala el salmista David al decir: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105).
Sí, la Palabra de Dios es la gran fuente de luz espiritual. Es el único libro que resuelve los grandes dilemas del ser humano. Es el libro de las respuestas.
El reconocido historiador César Cantú declaró: “Observamos que la Biblia es el libro de todos los siglos, de todos los pueblos y de todas las situaciones; que tiene consuelo para todos los dolores, cánticos de alegría para todos los placeres, verdades para todos los tiempos”.
Y Gabriela Mistral, la poetiza chilena laureada con el Premio Nobel de Literatura, escribió en un ejemplar de la Biblia las siguientes palabras: “Libro mío, libro en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero”.
La grandeza, la hermosura y el valor de las Sagradas Escrituras, han sido ensalzados por incontables escritores, estadistas, religiosos y hombres de ciencia. Pero el dulce cantor de Israel, el salmista David, lo hizo en forma insuperable: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos” (Salmo 19: 7,8).
Dr. Milton Peverini.
De pronto, tras una breve advertencia, el guía desconectó el sistema de iluminación. Sentimos inmediatamente el peso de la más densa oscuridad. Las sombras se tornaron impenetrables. Comprendimos que sin el auxilio de una lámpara o linterna, sería imposible para cualquier persona alcanzar la superficie de la tierra. Los intrincados laberintos y recovecos de la gruta, constituían una trampa sin escapatoria. Felizmente, en seguida se encendieron las luces.
La mayor necesidad que tiene el ser humano, es de una luz que ilumine su existencia. Las sombras más angustiosas, no son las que impiden nuestra visión física, sino las que anulan nuestra visión espiritual. Con frecuencia, la senda de la vida se complica de tal forma, que no sabemos cuál debe ser nuestro próximo paso. Azotados por la confusión, se paraliza nuestra mente sin saber a dónde ir. Y se levantan las grandes preguntas: ¿Por qué vivo? ¿Cuál es mi destino y el futuro de este mundo? Si Dios es bueno, ¿por qué hay tanto dolor y sufrimiento? ¿Qué debo hacer para lograr la paz y el éxito en mi vida?
Frente a todas estas dudas que ensombrecen el alma, hay una respuesta inspirada que presenta la luz indispensable para todo ser humano. Es la que señala el salmista David al decir: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105).
Sí, la Palabra de Dios es la gran fuente de luz espiritual. Es el único libro que resuelve los grandes dilemas del ser humano. Es el libro de las respuestas.
El reconocido historiador César Cantú declaró: “Observamos que la Biblia es el libro de todos los siglos, de todos los pueblos y de todas las situaciones; que tiene consuelo para todos los dolores, cánticos de alegría para todos los placeres, verdades para todos los tiempos”.
Y Gabriela Mistral, la poetiza chilena laureada con el Premio Nobel de Literatura, escribió en un ejemplar de la Biblia las siguientes palabras: “Libro mío, libro en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero”.
La grandeza, la hermosura y el valor de las Sagradas Escrituras, han sido ensalzados por incontables escritores, estadistas, religiosos y hombres de ciencia. Pero el dulce cantor de Israel, el salmista David, lo hizo en forma insuperable: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos” (Salmo 19: 7,8).
Dr. Milton Peverini.
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