CAPÍTULO 5: ¿HAY QUE
OBEDECER LA LEY DE DIOS PARA SALVARSE?
El
enemigo de Jesús quiere confundir a las personas y las quiere llevar a los
extremos. No quiere a nadie en el punto de equilibrio. Hay quienes llegan a
un extremo y piensan así: “Tengo que guardar la ley de Dios para salvarme”.
Esas personas sinceras, piensan que la salvación es un premio que Dios les
da, porque guardaron fielmente los mandamientos de Dios. Otras personas se
van al otro extremo y piensan así: “Yo me salvo únicamente por la gracia de
Jesús. No necesito guardar más los mandamientos de Dios”.
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte
el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los
mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de
Jehová es puro, que alumbra los ojos” Salmo 19:7,8).
La
ley de Jehová es perfecta. Una cosa perfecta es algo que no admite cambio,
que no admite mejora, que no admite corrección. La ley de Jehová es perfecta.
“Las
obras de sus manos son verdad y juicio; fieles son todos sus mandamientos,
afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud” (Salmos
111:7,8). La
Biblia afirma que la ley de Dios es eterna, y muestran la verdad y la
rectitud.
“Toda
buena dádiva y todo don perfecto
desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni
sombra de variación” (Santiago 1:17). La Biblia dice que Dios no cambia.
“Sécase
la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para
siempre” (Isaías 40:8).
La palabra de Dios no pasa ni muere.
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Debemos comprender que cuando la Biblia habla de “leyes”, existen
varios tipos de leyes:
1. La
Ley Moral de Dios:
Contenida en los diez mandamientos; registrados en Éxodo 20.
2. Las
Leyes Civiles de Israel: Leyes del pueblo como nación.
3. Las
Leyes de la Salud:
Ordenanzas de higiene y salud para el pueblo.
4. Las
Leyes Ceremoniales:
Ritos y ceremonias religiosas para Israel.
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“Ya que por la obras de la ley ningún ser
humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). El propósito de la ley no es salvar a alguien.
Nadie puede salvarse guardando los mandamientos. La ley tiene una función
didáctica. Es solo para mostrarnos nuestra realidad espiritual; para
enseñarnos en qué lugar estamos. Para enseñarnos cómo está nuestra vida. La
ley es para mostrarnos el pecado.
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“Pero sed hacedores
de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él
se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira
atentamente en la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera en ella,
no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:
22-25).
La Biblia afirma que la ley podría
ser simbolizada con un espejo, que nos muestra nuestra condición. El espejo
no puede limpiarnos, pero puede mostrarnos nuestra necesidad de limpieza. El
pecado podría ser simbolizado con el barro, que mancha la vida del hombre, y
la sangre de cristo se simbolizaría con el agua, que nos limpia de todo
pecado. En la vida espiritual, yo nunca podría saber si estoy en lo correcto
o estoy equivocado, si no existiera la Santa Ley de Dios. La ley me muestra
mi pecado y me hace sentir la necesidad de la sangre redentora de Cristo.
Pero una vez limpios por la sangre de Cristo, entonces ¿cómo yo podré saber
si el barro del pecado ha vuelto a salpicarme, si yo ya no tengo el espejo de
la ley para examinarme a mí mismo? Por eso, es prudente que, a pesar de que
la salvación depende únicamente de la gracia de Cristo, el ser humano
mantenga presente la Ley de Dios, no para salvarlo, no para limpiarlo, sino
para darse cuenta de su pecado.
¿Quién nos da el punto de equilibrio
para comprender la función de la ley? Solamente Cristo. La Ley de Dios sigue
vigente para el cristiano. Yo no puedo decir que estoy agradecido de Dios, si
desprecio su ley. “El que dice: Yo le
conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no
está en él” (1 Juan 2:4). “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (S. Juan
14:15). “Porque cualquiera que
guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.
Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás.
Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor
de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por
la ley de la Libertad” (Santiago 2:10-12).
Todos los mandamientos son sagrados y
están vigentes. No podemos guardar nueve mandamientos y dejar uno de lado,
porque Dios es el mismo autor de cada uno de los diez mandamientos. La ley
cumple varias funciones importantes. La ley no puede salvarnos, pero puede
mostrarnos nuestra necesidad de salvación. La ley no puede transformarnos,
pero puede indicarnos nuestra necesidad de transformación. La ley puede
diagnosticar, pero no puede tratar ni curar la enfermedad del pecado. La ley
es como un termómetro, que nos toma la temperatura, si estamos fríos, tibios
o calientes espiritualmente. Así sabemos si andamos en la carne o en el
espíritu.
“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que
me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a
ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29). Mediante la
aceptación de la justicia de Cristo y a través de una relación continua con
él, Dios nos ha concedido lo que le faltaba a Israel, la ley de Dios escrita
en nuestros corazones. Jesús nos puede dar
lo que la ley no puede darnos; poder para obedecer, perdón por el pecado
y gracia para cada una de nuestras necesidades. Para entender la función de
la ley, tienes que haber ido a Cristo y haber abierto tu corazón a él; tienes
que haberle dicho: “¡Señor, yo te amo, porque tú me salvaste, porque tú me
perdonaste! ¡Quiero andar en tus caminos! ¡Enséñame el camino donde debo
andar! Si Cristo te salvó y amas a Jesús, entonces te deleitarás en hacer la
voluntad de Jesús, la cual está registrada en su Santa Ley. Tú no guardas la
ley para salvarte, porque Cristo te salvó. Tú guardas la ley porque amas a
Jesús.
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