miércoles, 6 de agosto de 2014

LECCIÓN 11: ¿CÓMO CONOCER UN PROFETA VERDADERO?


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LECCIÓN 11: ¿CÓMO CONOCER UN PROFETA VERDADERO?

        En relación al don profético, todos los profetas verdaderos tienen una cosa en común. Aunque algunos son reacios a asumir la responsabilidad que Dios desea colocar sobre ellos, se inclinan en humilde obediencia ante quien los llama. Esta actitud de sumisión proviene de un corazón que fue cambiado por el poder del Espíritu Santo, y se refleja en palabras de profetas tales como Samuel: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10), e Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

        El propósito del don profético, es proporcionar un medio de comunicación entre Dios y la humanidad. Debido a que los actos de Dios en la historia tienen un efecto significativo en su pueblo, Dios intenta mantenerlos informados. Amos presenta esta seguridad: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas” (Amos 3:7). Las diversas comunicaciones proféticas registradas en las Escrituras, muestran las funciones del don. Por ejemplo: guiar, aconsejar, exhortar, instruir, consolar, revelar el futuro, reprobar, amonestar del juicio venidero y llamar al reavivamiento, entre otras funciones.

        Ante todo, un profeta es uno que dice el mensaje de Dios. Un aspecto secundario de la tarea profética, es predecir el futuro. Los mensajes hablados o escritos por un profeta, deben armonizar con toda la Escritura y servir para amonestar al mundo y edificar a los creyentes.

        En el capítulo 12:17 de Apocalipsis leemos: “Entonces el dragón se airó contra la mujer, y fue a combatir al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”.
En este texto, encontramos las características de la iglesia de Dios en esta tierra, que son: a) El testimonio de Jesús y b) Guardar los mandamientos de Dios. Ahora, Apocalipsis 19:10, nos explica en que consiste el testimonio de Jesús. “Yo me postré a sus pies para adorarlo. Y él me dijo: ‘No hagas eso. Yo soy siervo como tú y como tus hermanos que se atienen al testimonio de Jesús. ¡Adora a Dios! Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía’”. En Joel 2:28, Dios prometió que derramaría su espíritu sobre toda carne en los postreros días, y se levantarían profetas: “Después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones”. Pero, ¿qué hacer si alguien se levanta y dice que ha recibido visiones y un mensaje para la iglesia de parte de Dios? ¿Deberíamos creer o deberíamos rechazar? En 1Juan 4:1 tenemos la orientación al respecto: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”.

Las características que un profetas verdadero debe cumplir son:

 1) Debe confesar que Jesucristo ha venido en carne; “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido en carne es de Dios” (1 Juan 4:2). En su sentido más pleno, esta prueba abarca cada cosa que la Biblia enseña acerca de Jesús: que es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, que existió desde la eternidad, y que es la Palabra de Dios hecha audible. Su vida, muerte, resurrección, ministerio sacerdotal en el cielo y su pronta venida.

2) Debe tener buenos frutos en su vida personal; “Así, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). El estilo de vida de uno que tiene el don profético genuino, estará en armonía con las enseñanzas de la Biblia, como también la vida de los que aceptan ese mensaje profético.

3) Deben cumplirse las profecías que anuncia; “Si lo que el profeta habla en nombre del Señor no se cumple, es palabra que el Señor no habló. Con soberbia la dijo ese profeta. No tengas temor de él” (Deuteronomio 18:22).  Sus profecías se tienen que cumplir, si es una profecía incondicional.

 4) Todo lo que el profeta anuncia y escribe, debe estar de acuerdo a la Biblia y a la Santa Ley de Dios; “¡A la ley y al testimonio! Si no hablan conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20). Su mensaje debe de estar en armonía con la Biblia y la Ley de Dios.

        En el siglo XIX, cuando la Iglesia Adventista estaba recién naciendo, apareció una joven de 17 años, que no dijo que era profeta, pero que comenzó a tener sueños y visiones, y mucha gente no le creyó, pensaban que estaba loca. Pero otras personas sinceras, dijeron que Dios ha dicho que puede levantar un profeta en cualquier momento. Así que resolvieron probar si esta joven era una profetiza o no. Le aplicaron estas cuatro pruebas bíblicas de un profeta verdadero y las pasó todas. Su nombre era Elena, que más tarde se casó con un hombre llamado Jaime White, y ella pasó a ser llamada Elena G. de White. Ella escribió lo que recibió en aproximadamente 2.000 sueños y visiones, con revelaciones acerca de todos los aspectos de la verdad y la organización de la iglesia. Escribió cerca de 45 libros principales con más de 100.000 páginas, que son llamados los libros del “Espíritu de Profecía”. Ella nació en Gorham, estado de Maine, en Estados Unidos, el 26 de noviembre de 1827 y murió el 16 de julio de 1915, en su casa en Elmshaven, en Santa Helena, California, a la edad de 87 años. A raíz de una agresión que sufrió en su escuela cuando tenía 9 años, una pedrada en su rostro lanzada por una compañera, su salud quedó muy quebrantada y no pudo seguir una educación formal.

        En su papel como mensajera del Señor, que era como ella se refería a sí misma, y por medio de la dirección del Espíritu Santo, vio que su responsabilidad era asumir el liderazgo para establecer: 1) Una organización eclesiástica; 2) Una visión global de toda la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; 3) Un impulso en las misiones extranjeras, que llevarían el evangelio a todo el mundo; 4) Hospitales, clínicas y escuelas de medicina;  5) Programas de salud y de temperancia, tanto para la iglesia como para la comunidad; 6) Un sistema educativo, que va desde los primeros niveles de enseñanza hasta los estudios graduados; 7) Casas editoras y publicadoras, para colocar la literatura cristiana en las manos de la gente. “Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una señal identificadora de la iglesia remanente y se manifestó en el ministerio de Elena de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una permanente y autorizada fuente de verdad, que proporciona consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. Ellos también establecen con claridad, que la Biblia es la norma por la cual deben ser probada toda enseñanza y toda experiencia” (Manual de Iglesia).

        La Iglesia Adventista del Séptimo Día, tiene el espíritu de profecía, y tiene un origen profético, pues, si bien fue organizada en 1861, su movimiento inicial surge en el año 1844, cuando el reloj de la profecía lo señalaba: “Y él respondió: ‘Hasta dos mil trescientos días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será purificado’” (Daniel 8:14). Este largo período profético comenzó en el año 457 a.C., cuando Artajerjes, rey de Persia, emitió el decreto aludido en la profecía: “Conoce y entiende que, desde que salga la orden de restaurar y reedificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas más sesenta y dos semanas. La plaza y la muralla se reedificarán en tiempos angustiosos” (Daniel 9:25). Al término de las primeras sesenta y nueve semanas de este período de tiempo de 2300 días o años proféticos, (Números 14:34 y Ezequiel 4:4,5), Jesús apareció como Mesías y fue bautizado en el año 27 d.C. Y este período de tiempo de 2300 años, termina en 1844, cuando surge el movimiento adventista. En esta fecha comenzaría el juicio investigador y serían restauradas las verdades eternas.

 Que Dios te bendiga, para buscar a Jesús cada día a través del estudio de la Biblia y a través de la oración. Pero, paralelo al estudio de las Sagradas Escrituras, tú tienes todos los escritos del Espíritu de Profecía, que fueron dados a la iglesia de Dios, para ayudar a crecer a cada hijo de Dios en su experiencia cristiana.
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