miércoles, 6 de agosto de 2014

Lección 15: ¿QUIERES SER SANO?


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LECCIÓN 15: ¿QUIÉRES SER SANO?

        “Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ´¿Quieres ser sano?´. Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: ´Levántate, toma tu lecho y anda´” (Juan 5:1-9). Nosotros sabemos que no hay salvación sin Cristo. No hay regeneración, transformación o renovación del corazón humano sin Cristo.

        Allí, junto al estanque, se menciona que había a lo menos tres clases de enfermos: ciegos, paralíticos y mancos. Espiritualmente, un ciego es aquel que no ve, no percibe la tragedia de su vida. No se da cuenta que, probablemente, está caminando por caminos peligrosos. ¿Será que tu vida se está destruyendo con las drogas o la promiscuidad? Los padres sufren, los amigos sufren y todo el mundo quisiera salvarte y ayudarte a salir de esa situación, pero sólo tú no te das cuenta que la terquedad de tu corazón te está llevando hacia la destrucción. Si eres un ciego espiritual y no te das cuenta de lo que estás haciendo, es bueno que hayas venido al estanque de Betesda en estos momentos y estés estudiando esta lección, para encontrarte con Jesús.

Ahora, manco es alguien que no tiene brazos y no tiene la capacidad de construir. En la vida hay mucha gente sin capacidad de construir, que han destruido su propia vida y la de su familia. Han pasado su vida sin hacer nada constructivo, ni para él mismo  ni para los demás. Si ese es tu caso, has hecho bien en acudir a Dios, porque Dios te puede devolver la capacidad de construir y edificar una vida constructiva y productiva.

 Por otro lado, está el paralítico, que espiritualmente hablando, es un hombre incoherente, que con su cabeza e imaginación puede lograr los máximos desafíos, pero en la práctica no lo puede llevar a cabo, porque el cuerpo no le acompaña. Él quiere, pero su cuerpo no obedece. ¿Será posible que tú seas alguien que con la mente quiere ser una buena persona, buen hijo o buen padre, buen estudiante o un buen profesional, pero tú cuerpo parece que es un cuerpo de muerte? Tú quieres, pero hay otra cosa dentro de ti que te lleva para otro lado. Prometes, pides perdón, decides, pero de nada vale.

 El texto bíblico dice que Jesús se encontró con un paralítico, que hace 38 años estaba arrastrando su cuerpo. ¿Hace cuántos años que tú quieres vencer algún vicio o algún hábito que te amarra? ¿Ya pensaste por qué fumas? El cigarro tiene que ver con tu salud. Pero tú no quieres fumar; tú quieres vencer; tú lo quieres dejar, pero tú no puedes, no tienes fuerzas. ¿Hace cuantos años que estás así? ¿Eres infiel? Estás arruinando la vida de tu familia. No tienes paz. No puedes ser auténticamente feliz con tu cónyuge, porque el peso de tu conciencia te perturba. Y tu cabeza te dice: “No, yo quiero ser un buen esposo o esposa leal”, pero en tu cuerpo hay un monstruo dentro de ti que te lleva para allá, a ser infiel. ¿Hace cuántos años que quieres ingresar a la universidad y no puedes? No puedes construir una carrera profesional. Tú dirás: “¡Ha!, el examen de ingreso es tan difícil”. Sí, pero entonces, lo que necesitas es  un milagro en tu vida. ¿Hace cuánto tiempo que quieres encontrar un buen empleo, estabilidad, y no puedes? Tú dirás: “Sí, el gobierno tiene la culpa, la recesión económica; hay falta de trabajo”. Sí,  pero ¿alguna vez has pensado, que la culpa puede no estar en el gobierno, sino que puede estar contigo? Que no eres una persona estable. Comienzas una cosa y ya te desanimas; comienzas otra cosa y de nuevo te desanimas. Sueñas con algo grande, entras por aquí y sales por allá, pero no hay estabilidad en tu corazón. ¿Hace cuánto tiempo estás así?

 La verdad, es que no interesa cuanto tiempo estás así; lo que realmente interesa, es que Jesús aparezca en tu vida. Y Jesús apareció aquí, en la vida del paralítico. Y la primera pregunta que Jesús le dijo fue: “¿Quieres que te cure?”.  Si tú no quieres que Jesús te sane, ¿qué más se puede hacer? Hay gente en este mundo que no quiere ser curada. Y Dios quiere perdonar nuestros pecados y darnos una vida mejor, pero nosotros, muchas veces, no nos perdonamos a nosotros mismos. Por eso tenemos que creer en el amor perdonador de Dios y en su sacrificio por nosotros, y desear ser curados de la enfermedad del pecado.

Tu puedes decir: “Usted dice eso porque no me conoce; usted no sabe lo que yo hice en la vida”. No me interesa lo que hiciste. Es cierto, yo no te conozco, pero conozco al Señor Jesús, y él dice que todo pecado le será perdonado al que se arrepiente y tiene fe en él. ¿Qué es todo? Todo es asesinato, robo, droga, miseria, violencia… Imagina lo peor de lo peor. Sin embargo, no hay ser humano que se haya ido tan lejos o se haya hundido tanto, que no tenga perdón. “Todo pecado le será perdonado al ser humano…” (Mateo 12:31).

Lo triste del pecado no es que Dios no pueda perdonar; lo triste del pecado es que el propio ser humano no quiere perdonarse. A veces, los vicios autodestructivos que tenemos, no son más que el castigo con que nuestro subconciente está queriendo castigarnos. Nos decimos: “No merezco ser feliz, para pagar por lo que hice, y merezco morir”. Por lo que, si tu subconciente no es lavado por el poder de Dios, tú nunca vas a poder ser feliz. Por eso Jesús le preguntó al paralítico: “¿Quieres que te cure?” Y ahora, en este momento, Jesús está mirándote a los ojos y preguntándote: “¿Quieres que te cure? Hijo, tú eres la cosa más linda que yo tengo en esta vida. ¿Qué pasa que no vienes? ¿Qué haces? ¿Qué hiciste? Pero si tú me das la oportunidad de entrar en tu vida, yo puedo hacer lo que tú no tienes idea”. Entonces, por primera vez le comenzarás a sentir el gusto a la vida.

El señor Jesús le extendió la mano al paralítico y le dijo: “Levántate, toma tu lecho y anda”.  El texto bíblico dice que el paralítico se levantó y anduvo. Yo me preguntó qué hubiera pasado si el paralítico hubiese dicho: “Sí, señor, pero ¿cómo yo me voy a levantar si yo me siento que estoy enfermo? Pero él se olvidó de lo que estaba sintiendo; él creyó en la Palabra Redentora, se levantó y anduvo. En este mundo hay mucha gente que está queriendo sentir y dice: “Sí, pero yo no siento nada”. Pero no, en materia de salvación tú no tienes que sentir. ¡Tú tienes que creer en la Palabra Redentora de Jesús! Porque los sentimientos humanos son traicioneros. Cuando estás bien, te hace sentir que estás mal, y cuando estás mal, te hace sentir que estás bien. Por eso la Biblia dice:  “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es la muerte”

Si tú piensas que tienes que escoger un camino espiritual para tu vida por el sentimiento, estás mal. Tú tienes que encontrar el camino que Dios tiene para ti, por la Palabra de Dios. Ahora, la Palabra de Dios te dice: “Levántate. ¡Cree!” Ahora, si en este momento, allí donde estás, tú le abres el corazón a Dios y le dices: “¡Señor, creo!” El Espíritu de Dios toca tu vida. Y así, como el paralítico anduvo, tú puedes andar. Ábrele el corazón a Dios y dile qué es lo que necesitas en tu vida.
 La pregunta es: ¿Quieres que te cure? Pues si tú quieres, él puede operar el gran milagro. Cuando las otras personas te vean, no te van a reconocer más. Porque así son las cosas con Jesús. Cuando él cura, cura de verdad. Él no pone un parche encima de la herida. A veces te duele lo que Dios hace en tu herida, porque te limpia la herida, ya que es una herida infectada, pero Jesús te cura de verdad. El mundo está lleno de curaciones superficiales. Pero tu problema no es lo que haces, tú problema es lo que eres.  Es tu corazón, y eso sólo Jesús puede sanarlo.
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