LECCIÓN 15: ¿QUIÉRES
SER SANO?
“Después de estas cosas había una
fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de
la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual
tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos
y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel
descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; y el que primero
descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de
cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y
ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que
llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ´¿Quieres ser sano?´. Señor, le
respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita
el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le
dijo: ´Levántate, toma tu lecho y anda´” (Juan 5:1-9). Nosotros sabemos
que no hay salvación sin Cristo. No hay regeneración, transformación o
renovación del corazón humano sin Cristo.
Allí, junto al estanque, se menciona que había a lo menos tres clases
de enfermos: ciegos, paralíticos y mancos. Espiritualmente, un ciego es aquel
que no ve, no percibe la tragedia de su vida. No se da cuenta que,
probablemente, está caminando por caminos peligrosos. ¿Será que tu vida se
está destruyendo con las drogas o la promiscuidad? Los padres sufren, los
amigos sufren y todo el mundo quisiera salvarte y ayudarte a salir de esa
situación, pero sólo tú no te das cuenta que la terquedad de tu corazón te
está llevando hacia la destrucción. Si eres un ciego espiritual y no te das
cuenta de lo que estás haciendo, es bueno que hayas venido al estanque de
Betesda en estos momentos y estés estudiando esta lección, para encontrarte con
Jesús.
Ahora, manco es alguien que no tiene brazos y no
tiene la capacidad de construir. En la vida hay mucha gente sin capacidad de
construir, que han destruido su propia vida y la de su familia. Han pasado su
vida sin hacer nada constructivo, ni para él mismo ni para los demás. Si ese es tu caso, has
hecho bien en acudir a Dios, porque Dios te puede devolver la capacidad de
construir y edificar una vida constructiva y productiva.
Por otro
lado, está el paralítico, que espiritualmente hablando, es un hombre
incoherente, que con su cabeza e imaginación puede lograr los máximos
desafíos, pero en la práctica no lo puede llevar a cabo, porque el cuerpo no
le acompaña. Él quiere, pero su cuerpo no obedece. ¿Será posible que tú seas
alguien que con la mente quiere ser una buena persona, buen hijo o buen
padre, buen estudiante o un buen profesional, pero tú cuerpo parece que es un
cuerpo de muerte? Tú quieres, pero hay otra cosa dentro de ti que te lleva
para otro lado. Prometes, pides perdón, decides, pero de nada vale.
El texto
bíblico dice que Jesús se encontró con un paralítico, que hace 38 años estaba
arrastrando su cuerpo. ¿Hace cuántos años que tú quieres vencer algún vicio o
algún hábito que te amarra? ¿Ya pensaste por qué fumas? El cigarro tiene que
ver con tu salud. Pero tú no quieres fumar; tú quieres vencer; tú lo quieres
dejar, pero tú no puedes, no tienes fuerzas. ¿Hace cuantos años que estás
así? ¿Eres infiel? Estás arruinando la vida de tu familia. No tienes paz. No
puedes ser auténticamente feliz con tu cónyuge, porque el peso de tu
conciencia te perturba. Y tu cabeza te dice: “No, yo quiero ser un buen
esposo o esposa leal”, pero en tu cuerpo hay un monstruo dentro de ti que te
lleva para allá, a ser infiel. ¿Hace cuántos años que quieres ingresar a la
universidad y no puedes? No puedes construir una carrera profesional. Tú
dirás: “¡Ha!, el examen de ingreso es tan difícil”. Sí, pero entonces, lo que
necesitas es un milagro en tu vida.
¿Hace cuánto tiempo que quieres encontrar un buen empleo, estabilidad, y no
puedes? Tú dirás: “Sí, el gobierno tiene la culpa, la recesión económica; hay
falta de trabajo”. Sí, pero ¿alguna
vez has pensado, que la culpa puede no estar en el gobierno, sino que puede
estar contigo? Que no eres una persona estable. Comienzas una cosa y ya te
desanimas; comienzas otra cosa y de nuevo te desanimas. Sueñas con algo
grande, entras por aquí y sales por allá, pero no hay estabilidad en tu
corazón. ¿Hace cuánto tiempo estás así?
La
verdad, es que no interesa cuanto tiempo estás así; lo que realmente
interesa, es que Jesús aparezca en tu vida. Y Jesús apareció aquí, en la vida
del paralítico. Y la primera pregunta que Jesús le dijo fue: “¿Quieres que te
cure?”. Si tú no quieres que Jesús te
sane, ¿qué más se puede hacer? Hay gente en este mundo que no quiere ser
curada. Y Dios quiere perdonar nuestros pecados y darnos una vida mejor, pero
nosotros, muchas veces, no nos perdonamos a nosotros mismos. Por eso tenemos
que creer en el amor perdonador de Dios y en su sacrificio por nosotros, y
desear ser curados de la enfermedad del pecado.
Tu puedes decir: “Usted dice eso porque no me
conoce; usted no sabe lo que yo hice en la vida”. No me interesa lo que
hiciste. Es cierto, yo no te conozco, pero conozco al Señor Jesús, y él dice
que todo pecado le será perdonado al que se arrepiente y tiene fe en él. ¿Qué
es todo? Todo es asesinato, robo, droga, miseria, violencia… Imagina lo peor
de lo peor. Sin embargo, no hay ser humano que se haya ido tan lejos o se
haya hundido tanto, que no tenga perdón. “Todo
pecado le será perdonado al ser humano…” (Mateo 12:31).
Lo triste del pecado no es que Dios no pueda
perdonar; lo triste del pecado es que el propio ser humano no quiere
perdonarse. A veces, los vicios autodestructivos que tenemos, no son más que
el castigo con que nuestro subconciente está queriendo castigarnos. Nos
decimos: “No merezco ser feliz, para pagar por lo que hice, y merezco morir”.
Por lo que, si tu subconciente no es lavado por el poder de Dios, tú nunca
vas a poder ser feliz. Por eso Jesús le preguntó al paralítico: “¿Quieres que
te cure?” Y ahora, en este momento, Jesús está mirándote a los ojos y
preguntándote: “¿Quieres que te cure? Hijo, tú eres la cosa más linda que yo
tengo en esta vida. ¿Qué pasa que no vienes? ¿Qué haces? ¿Qué hiciste? Pero
si tú me das la oportunidad de entrar en tu vida, yo puedo hacer lo que tú no
tienes idea”. Entonces, por primera vez le comenzarás a sentir el gusto a la
vida.
El señor Jesús le extendió la mano al paralítico
y le dijo: “Levántate, toma tu lecho y anda”.
El texto bíblico dice que el paralítico se levantó y anduvo. Yo me
preguntó qué hubiera pasado si el paralítico hubiese dicho: “Sí, señor, pero
¿cómo yo me voy a levantar si yo me siento que estoy enfermo? Pero él se
olvidó de lo que estaba sintiendo; él creyó en la Palabra Redentora, se
levantó y anduvo. En este mundo hay mucha gente que está queriendo sentir y
dice: “Sí, pero yo no siento nada”. Pero no, en materia de salvación tú no
tienes que sentir. ¡Tú tienes que creer en la Palabra Redentora de Jesús!
Porque los sentimientos humanos son traicioneros. Cuando estás bien, te hace
sentir que estás mal, y cuando estás mal, te hace sentir que estás bien. Por
eso la Biblia dice: “Hay camino que al hombre le parece
derecho, pero su fin es la muerte”
Si tú piensas que tienes que escoger un camino
espiritual para tu vida por el sentimiento, estás mal. Tú tienes que
encontrar el camino que Dios tiene para ti, por la Palabra de Dios. Ahora, la
Palabra de Dios te dice: “Levántate. ¡Cree!” Ahora, si en este momento, allí
donde estás, tú le abres el corazón a Dios y le dices: “¡Señor, creo!” El
Espíritu de Dios toca tu vida. Y así, como el paralítico anduvo, tú puedes andar.
Ábrele el corazón a Dios y dile qué es lo que necesitas en tu vida.
La
pregunta es: ¿Quieres que te cure? Pues si tú quieres, él puede operar el
gran milagro. Cuando las otras personas te vean, no te van a reconocer más.
Porque así son las cosas con Jesús. Cuando él cura, cura de verdad. Él no
pone un parche encima de la herida. A veces te duele lo que Dios hace en tu
herida, porque te limpia la herida, ya que es una herida infectada, pero
Jesús te cura de verdad. El mundo está lleno de curaciones superficiales.
Pero tu problema no es lo que haces, tú problema es lo que eres. Es tu corazón, y eso sólo Jesús puede
sanarlo.
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